miércoles, 26 de octubre de 2011

innovacion mexicana

En 1936, Antonin Artaud desembarcó en Veracruz buscando desarrollar un teatro verdadero, que no estuviera separado de la vida, que tuviera cierta espiritualidad primitiva. El escritor y actor francés exploró la sierra y encontró a los tarahumaras. En el otoño de 1967, Jean-Marie Gustave Le Clézio llegó a México casi por accidente. Se dice que Viaje al país de los tarahumaras, de Artaud, lo alentó a leer códices y crónicas prehispánicos. Fascinado con las civilizaciones antiguas, el premio Nobel de literatura escribió libros como El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, Tres ciudades santas y La conquista de Michoacán. Le Clézio veía en la civilización purépecha, una de las más bellas y misteriosas de América, un pueblo “virtuoso y místico”.
Ese viernes 20 de marzo, afuera del centro para exposiciones Puerta de Versalles, en París, pensé en lo exótico que puede resultar México para los franceses y si sería sólo curiosidad lo que hacía que la gente formara largas filas para entrar al Salón del Libro, que tuvo a México como invitado de honor.
Radio France anunciaba que ésta sería la ocasión para descubrir la “literatura lúcida, violenta y corrosiva de la nueva generación”. Mareada de navegar entre comentarios como “México queda en América del Sur”, o que debido a la guerra contra las mafias del narcotráfico, éste “es uno de los países más peligrosos del mundo” (es común toparse con imágenes de los decapitados por el narco en los puestos de periódicos europeos), imaginaba los lugares comunes que poblarían las expectativas de los asistentes a la fiesta literaria. Ese desconocimiento que construye un territorio mágico y sanguinolento que no existe más que en su imaginación.

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